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ANÁLISIS | Por qué la invitación de Trump a Xi a su toma de posesión es un gran tema (aunque no asista)

Por Stephen Collinson, CNN

Imagina la escena, al mediodía del 20 de enero, en la fachada oeste del Capitolio de Estados Unidos.

Mientras Donald Trump jura preservar, proteger y defender la Constitución en el mismo lugar en el que sus partidarios se amotinaron hace cuatro años, un invitado VIP extraordinario observa, eclipsando a expresidentes, mandos militares y miembros del Congreso.

Ataviado para protegerse del frío invernal, se encuentra Xi Jinping, el líder de línea dura de China, el país que casi todos los presentes en la tribuna inaugural consideran una amenaza existencial para el dominio de la superpotencia estadounidense a medida que se acelera la guerra fría del siglo XXI.

Es una imagen fantástica, porque incluso antes de que fuentes confirmaran el jueves que Xi no asistiría, era obvio que no podría ocurrir, a pesar de la sorprendente invitación de Trump al líder del Partido Comunista Chino para una segunda toma de posesión que espera convertir en una impactante declaración global.

Conseguir que Xi vuele a través del mundo sería un enorme golpe para el presidente electo, un hecho que lo haría políticamente inviable para el líder chino. Una visita de este tipo pondría al presidente de China en la tesitura de rendir homenaje a Trump y al poderío estadounidense, lo que entraría en conflicto con su visión de que China asuma el papel que le corresponde como potencia mundial preeminente. En la ceremonia inaugural, Xi se vería obligado a sentarse y escuchar a Trump sin tener ningún control sobre lo que el nuevo presidente pudiera decir y careciendo de derecho de réplica. La presencia de Xi también se vería como un respaldo a un traspaso democrático de poder, un anatema para un autócrata en un Estado unipartidista obsesionado con aplastar la expresión individual.

Aun así, incluso sin una respuesta favorable, la invitación de Trump a Xi supone un avance significativo que arroja luz sobre la confianza y la ambición del presidente electo en el ejercicio del poder de cara a su segundo mandato. El equipo de CNN que cubre a Trump informó que también ha estado preguntando a otros líderes mundiales si quieren venir a la toma de posesión, rompiendo con las convenciones.

“Es un movimiento muy interesante de Trump que encaja muy bien con su práctica de la imprevisibilidad. No creo que nadie esperara esto”, dijo Lily McElwee, subdirectora y miembro de la Cátedra Freeman de Estudios sobre China en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS). McElwee dijo que la invitación debe verse en el contexto de la estrategia de Trump de otorgar premios y lanzar amenazas que está blandiendo mientras se prepara para hacerse cargo de la relación diplomática más crítica del mundo. “Es una zanahoria muy muy barata. Es una zanahoria simbólica: altera un poco el tono de la relación de una manera que ciertamente no socava los intereses de Estados Unidos”, explicó.

El acercamiento de Trump a Xi se produce mientras aumentan las expectativas de que las tensas relaciones entre Estados Unidos y China empeoren aún más en la próxima administración, con funcionarios decididos a aprovechar una línea ya dura adoptada por la administración Biden, que se basó en un endurecimiento de la política vista durante el primer mandato de Trump.

La última táctica de Trump puede parecer caótica, pero eso no significa que no funcione.

Aunque los críticos de Trump a menudo condenan su imprevisibilidad, sus movimientos improvisados pueden desequilibrar a sus rivales y abrir posibles ventajas para Estados Unidos. Por ejemplo, si logra que Xi se aleje de Irán, Rusia y Corea del Norte, será una gran victoria en política exterior, a pesar de otras diferencias de EE.UU. con China.

Pero, al mismo tiempo, cabe preguntarse si la fiereza de su política exterior en el primer mandato han dado resultados duraderos.

Las opiniones de Trump sobre China son especialmente confusas, ya que parece creer que las políticas mercantilistas de Beijing son una amenaza directa para Estados Unidos y que ha estado estafando a este país durante décadas. Pero sigue queriendo ser amigo de Xi. Durante la campaña electoral, Trump subrayó repetidamente que Xi era duro e inteligente y que eran amigos, creyendo al parecer que su cordialidad significaba que el líder chino podía tener una opinión similar de él.

Trump expresó esta contradicción en una frase en una entrevista con Jim Cramer, en CNBC, el jueves. “Hemos estado hablando y discutiendo con el presidente Xi, algunas cosas y otras, con otros líderes mundiales, y creo que nos va a ir muy bien a todos”, dijo Trump. Pero añadió: “Hemos sido maltratados como país. Hemos sido muy maltratados desde el punto de vista económico”.

El hábito de Trump de socavar la dura política de su administración se puso de manifiesto repetidamente en su primer mandato, especialmente con hombres fuertes como Xi, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, el turco Recep Tayyip Erdogan y el norcoreano Kim Jong Un. A veces parecía que tomaba posiciones simplemente porque todo el mundo le decía que no lo hiciera.

Uno de los exasesores de Seguridad Nacional de Trump, H.R. McMaster, señaló en su libro “At War with Ourselves” que esto era especialmente pronunciado con Putin. “Al igual que sus predecesores George W. Bush y Barack Obama, Trump confiaba demasiado en su capacidad para mejorar las relaciones con el dictador del Kremlin”, escribió McMaster. “Trump, autodenominado ‘experto negociador’, creía que podía construir una relación personal con Putin. La tendencia de Trump a ser reflexivamente contradictorio no hizo sino aumentar su determinación. El hecho de que la mayoría de los expertos en política exterior en Washington abogara por un enfoque duro hacia el Kremlin solo pareció impulsar al presidente hacia el enfoque opuesto”.

Tal contrarianismo podría estar motivando a Trump en su actitud pacífica inicial hacia Xi. Y es posible que el presidente electo también prevea un nuevo acuerdo comercial con Beijing, incluso si el pacto bilateral de su primer mandato fue en gran medida un fracaso. El acuerdo comercial Fase Uno que cerró a finales de 2019 y que calificó de “histórico” nunca llegó a dar frutos. Aunque Trump se volvió bruscamente contra Xi meses más tarde debido a la pandemia de covid-19, que comenzó en la ciudad china de Wuhan, nunca estuvo claro que Xi tuviera la intención de aplicar plenamente lo que Trump afirmaba que era un cambio estructural económico a gran escala y compras masivas de productos agrícolas, energéticos y manufacturados estadounidenses. No hay pruebas de que Xi haya cambiado de opinión.

La estrategia arancelaria de Trump también está en entredicho porque nadie sabe si un presidente reacio a perjudicar a su base está dispuesto a pagar el precio político que supondría ese enfoque. A pesar de su insistencia en que los aranceles acabarían costando miles de millones a Beijing, los precios más altos de las importaciones repercutirían en los minoristas estadounidenses y en los consumidores, incluidos los votantes que veían en Trump la mejor esperanza para aliviar los altos precios de los comestibles.

Otra cuestión: ¿Ve Trump los aranceles como una táctica de negociación o como un auténtico acto de guerra económica? Muchos analistas creen que sus amenazas contra aliados como Canadá o la Unión Europea simplemente pretenden mejorar su posición negociadora. Pero tal es la antipatía hacia China en Washington que las guerras comerciales con Beijing podrían ser más duraderas y un fin en sí mismas.

“Con China, seguimos teniendo la incógnita de si las amenazas arancelarias tienen como objetivo servir de palanca negociadora hacia un acuerdo, o están dirigidas a algún tipo de desacoplamiento unilateral de las economías estadounidense y china”, dijo McElwee.

Beijing parece estar tomándose en serio a Trump. Ha pasado las semanas transcurridas desde la elección de Trump preparando herramientas de represalia. El miércoles anunció una investigación antimonopolio contra el fabricante estadounidense de chips Nvidia. En otro frente de la guerra tecnológica, China prohibió la exportación de varios minerales raros a Estados Unidos. Y el jueves, prometió aumentar el déficit presupuestario, pedir más dinero prestado y relajar la política monetaria para salvaguardar el crecimiento económico como escudo frente a nuevas tensiones con Trump.

Esto demuestra que una guerra comercial podría ser desastrosa tanto para China como para Estados Unidos. Si bien los aranceles podrían hacer subir los precios en Estados Unidos, podrían secar los beneficios y exacerbar algunas de las mayores vulnerabilidades económicas de China, como el exceso de capacidad industrial y la baja demanda de los hogares.

Así pues, el enfoque poco ortodoxo de Trump puede estar empezando a hacer que Beijing ponga toda su atención.

Visto desde esta perspectiva, la invitación de Trump a su toma de posesión parece una primera jugada de ajedrez en una gran partida del pan-Pacífico que ayudará a definir su segundo mandato.

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